miércoles, 23 de diciembre de 2015

IDENTIFICACIÓN RECÍPROCA

"Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos... Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad... Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" - Hebreos 2:11; 11:16; 13:15

    Es absolutamente maravilloso considerar la identificación que hace con los creyentes la trinidad; bien que los pasajes no hacen mención del Espíritu Santo, pero sabemos que está incluido por dos cosas; primero porque nada lleva a cabo el cielo sin la participación de las tres personas de la deidad; y en segundo lugar porque nuestro primer texto menciona a los que son santificados y, según el apóstol Pedro, los creyentes son "elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu" (1 Pedro 1:2). De manera que tenemos sobradas razones para estar asombrados de semejante identificación; porque Dios en sus tres personas no se avergüenza de pecadores perdonados, pero pecadores al fin.
    No piense el lector que esta actitud de Dios es a causa de alguna particularidad que él encuentre en nosotros y que le motiva a sentires orgulloso; no, no es así; pero lo que realiza la regeneración en el corazón permite un vínculo vital que hace que el Padre vea a los suyos con orgullo y eterno aprecio. Cristo los considera sus hermanos, y el Padre observa con satisfacción de qué manera ellos ya no se identifican con el mundo que perece, sino con la ciudad celestial, ya que sabemos que "nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo" (Fil. 3:20)
   Entonces, quienes disfrutamos de un Dios que no se avergüenza, con más razón podemos vivir sin avergonzarnos de él; y la mejor manera de hacerlo es confesando su nombre. Pero, querido lector, observa con atención que esto debe ser un "fruto de labios"; ningún fruto es forzado a crecer, sino que surge de forma natural. De manera que así como espontáneamente el cielo se identifica con pecadores perdonados, igualmente también nosotros nos colocamos en las filas de los que públicamente confiesan al Salvador que los compró con su sangre en el Calvario. Si tienes que esforzarte para hacer esto, algo no anda bien. ¡Qué dicha incomparable, qué verdad, y qué exhortación tan adecuada! Dios, que no cambia, siempre se siente orgulloso de su pueblo, celoso del mismo; ¿y tú? ¿qué dices de tu Salvador?

¡Dios te bendiga!

-Biblia, Mate y Oración-
© 2013- Ricardo Daglio -Uso personal, no distribuir sin permiso

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