"El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros... El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad... No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad" 2 Juan 1-2; 3 Juan 1, 4
La segunda y la tercera epístola de Juan son las dos cartas más breves del Nuevo Testamento; de hecho son las únicas que de alguna manera se parecen realmente a cartas tal y como nosotros las conocemos en nuestro mundo moderno; breves, pero cartas al fin. El apóstol Juan fue a quien el Espíritu Santo dirigió a concentrar su enseñanza en todos sus escritos sobre el tema de la verdad y el amor básicamente, salvo en el Apocalipsis, su único escrito profético. Y en las dos cartas que hoy sirven para nuestra meditación, estos dos temas se destacan más que en ningún otro lugar, quizá por las pocas palabras que se utilizan en cada una de ellas, menos de trescientas en el idioma griego.
Le plugo a Dios destacar en ellas uno de los asuntos de discusión más recurrentes en el cristianismo de hoy, la razón de por qué sí y por qué no tenemos relación con otros quienes dicen ser creyentes. Como en muchos otros asuntos vitales para la salud del cristianismo bíblico, también el que tiene que ver con la verdad y el amor ha sufrido un intercambio de lugares; pues la palabra de Dios siempre pone a la verdad en primer lugar, y al amor en segundo lugar; no como uno más importante que el otro sino como uno que establece la fuente y la condición genuina del otro. La verdad es lo que define al amor, no al revés. Cuando el amor pasa por alto la verdad, entonces estamos en presencia de un amor falso, o al menos no bíblico; y así se ve que lo enseñó el apóstol Pedro también, "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro" (1 Pe. 1:22).
Hoy en día, quienes condicionan su participación con otros cristianos sobre la base de esta revelación, usualmente son o acusados de "falta de amor" o bien de "jactancia, orgullo y sectarismo"; pero los que siguen la verdad, aman de verdad; y quienes aman, siguen la verdad únicamente. Cuando Jesús dijo que era, junto al camino y la vida, también "la verdad", no estaba revelando un slogan poético que le sirviera al cristianismo como muletilla para dar a conocer sus creencias; todo lo contrario, el Señor Jesús estaba poniendo la piedra fundamental que definiría y regularía concreta y específicamente cualquier otra verdad que incluiría, obviamente, las razones de por qué amamos a otros. Si la verdad, expresada en la sana doctrina, no es la que determina por qué amas y cómo amas, es de temer que no estés obedeciendo la palabra de Dios. Este no es un asunto de sugerencias o de escoger lo que más nos gusta. Ten mucho cuidado que tu amor no sea simplemente una expresión emocional que nada tiene que ver con lo que Dios ha revelado sobre el mismo. Sigue la verdad.
¡Dios te bendiga!
-Biblia, Mate y Oración-
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