"... llaga de lepra es, y el sacerdote le reconocerá, y le declarará inmundo." - Levítico 13:3
"... el sacerdote declarará limpio al que tenía la llaga, y será limpio." - Levítico 13:17
Mientras Dios estableció leyes precisas e inequívocas acerca de la impureza ceremonial de la lepra, también dejó en claro quién era el responsable por dar la opinión final acerca de la limpieza o la impureza del individuo que la poseía. El sacerdote es mencionado cincuenta y dos veces en el capítulo trece de Levítico. No hay lugar a dudas acerca del rol que tenía el mismo como representante divino para que cualquiera del pueblo obtuviera de él una opinión final y definitiva sobre la condición de su llaga. No importaba cómo se sintiera, qué es lo que veía, cómo le parecía que estaba la llaga o cualquier otra valoración de la misma, positiva o negativa; no era el individuo quien estaba capacitado para dar esa opinión. Sólo el sacerdote, su dictamen era el único valedero y confiable.
Debemos dar gracias a Dios que esto es exactamente lo que ocurre con nuestras vidas y nuestros pecados y conciencias. Es únicamente el juicio de Cristo el que establece nuestra limpieza o suciedad, nuestra salvación o condenación. El es el "misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo." (Heb. 2:17). Ningún hombre, no importa su investidura, podrá jamás establecer judicial y prácticamente nuestra condenación o justificación. Esta verdad valiosa que la escritura presenta reiteradas veces y de maneras diferentes, directas o indirectas, es una bendición y es una advertencia. Una bendición porque nos exime del razonamiento y el juicio del hombre, y es una advertencia porque es imposible de pasar por alto el escrutador ojo divino. Si soy justificado, no importa si me siento leproso o inmundo, "el gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios," (Heb. 4:14) es quien ha firmado el contrato. Pero si soy inmundo y leproso, ninguna almohada de plumas, ni la mejor sombra a la orilla de un río podrá disfrazar mi conciencia como persona justificada ante "los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta." (Heb. 4:13).
En última instancia yo tendré que dar cuenta ante Dios, y tú tendrás que dar cuenta ante Dios. En vista de semejante e ineludible acontecimiento, es menester que lo que pese sobre mi conciencia y la mantenga alerta, no sean las opiniones o el juicio humano, sino la verdad de Dios y la opinión de Jesucristo, y que sea su palabra la que juzgue de manera permanente mi conducta en cada jornada y conserve y sustente la certeza de la justificación por la fe. El es quien declara limpio o inmundo al pecador. ¡Gloria a Dios, la salvación es de Jehová!
¡Dios te bendiga!
-Biblia, mate y oración-
© Copyright Ricardo Daglio - 2013
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