"Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel... Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho." - 1 Samuel 8:1 y 3
Cuando conocemos la historia de Samuel desde su niñez, los pormenores de su nacimiento, el ambiente impío en medio del cual se formó pero sin ser influenciado por el mismo; la manera en que Dios lo llamó y su fidelidad y autoridad espiritual a través de los años; es difícil pensar que un hombre así no pudiera gozar de la dicha de poseer hijos fieles. Pero esta es la verdad en la vida de Samuel. Una vida de fidelidad en el ministerio, pero que llegando al final está salpicada por la decepción.
El momento en que tuvo que declararle a Elí el juicio de Dios sobre sus hijos a causa de la impiedad de sus vidas, probablemente nunca imaginó que los suyos propios no serían muy diferentes. Los hijos de Elí amaban las lujurias de la carne, los de Samuel, amaban el dinero. Los padres fueron distintos; Elí hizo concesiones a sus hijos, pero con toda seguridad no hizo esto Samuel con los suyos. Sin embargo, los cuatro hijos fueron un mal ejemplo a toda la nación. Como se ve, la impiedad o fidelidad de un padre no son factores determinantes en la salvación de los hijos. Sin duda que lo segundo contiene promesas, pero muchos padres impíos en la Biblia han tenido hijos piadosos y viceversa.
Si hay una gran lección que aprender en esto es que, como lo dijo el profeta Jonás, "La salvación es de Jehová." (2:9). Ni Elí ni Samuel podrían haber salvado a sus hijos y ni la mala influencia, ni la buena cambió la condición de sus corazones. La Biblia es absolutamente clara al expresar que la salvación del alma es enteramente un asunto de la gracia y misericordia de Dios y sin ningún aspecto humano que pueda inclinar la balanza a su favor, "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." (Ef. 2:8-9).
Cuando el apóstol Juan comienza su evangelio hace una declaración universal y categórica, "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Jn. 1:12-13). "Yo siempre fui creyente" es lo que se oye por allí, o bien "yo soy cristiano desde la cuna", o "esto viene de mis abuelos y mis padres, siempre fui a la iglesia." Pero nada de esto es lo que dice Juan. Los hijos de Dios no lo son porque nacen de padres creyentes, o porque deciden serlo en algún momento de la vida, o porque algún ministro religioso lo declara por bautismo o cualquier otro medio. Los hijos de Dios, nacen de Dios, por obra del Espíritu Santo cuando creen al Evangelio.
Dios nunca fue abuelo, siempre fue y será Padre de aquellos que personalmente ponen su confianza en Cristo. ¿Tú lo has hecho?
¡Dios te bendiga!
-Biblia, mate y oración-
© Copyright Ricardo Daglio - 2013
El momento en que tuvo que declararle a Elí el juicio de Dios sobre sus hijos a causa de la impiedad de sus vidas, probablemente nunca imaginó que los suyos propios no serían muy diferentes. Los hijos de Elí amaban las lujurias de la carne, los de Samuel, amaban el dinero. Los padres fueron distintos; Elí hizo concesiones a sus hijos, pero con toda seguridad no hizo esto Samuel con los suyos. Sin embargo, los cuatro hijos fueron un mal ejemplo a toda la nación. Como se ve, la impiedad o fidelidad de un padre no son factores determinantes en la salvación de los hijos. Sin duda que lo segundo contiene promesas, pero muchos padres impíos en la Biblia han tenido hijos piadosos y viceversa.
Si hay una gran lección que aprender en esto es que, como lo dijo el profeta Jonás, "La salvación es de Jehová." (2:9). Ni Elí ni Samuel podrían haber salvado a sus hijos y ni la mala influencia, ni la buena cambió la condición de sus corazones. La Biblia es absolutamente clara al expresar que la salvación del alma es enteramente un asunto de la gracia y misericordia de Dios y sin ningún aspecto humano que pueda inclinar la balanza a su favor, "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." (Ef. 2:8-9).
Cuando el apóstol Juan comienza su evangelio hace una declaración universal y categórica, "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Jn. 1:12-13). "Yo siempre fui creyente" es lo que se oye por allí, o bien "yo soy cristiano desde la cuna", o "esto viene de mis abuelos y mis padres, siempre fui a la iglesia." Pero nada de esto es lo que dice Juan. Los hijos de Dios no lo son porque nacen de padres creyentes, o porque deciden serlo en algún momento de la vida, o porque algún ministro religioso lo declara por bautismo o cualquier otro medio. Los hijos de Dios, nacen de Dios, por obra del Espíritu Santo cuando creen al Evangelio.
Dios nunca fue abuelo, siempre fue y será Padre de aquellos que personalmente ponen su confianza en Cristo. ¿Tú lo has hecho?
¡Dios te bendiga!
-Biblia, mate y oración-
© Copyright Ricardo Daglio - 2013
No hay comentarios :
Publicar un comentario