"He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu." - Eclesiastés 4:4
Durante su reinado, Salomón gozó de mucho tiempo pero especialmente de la sabiduría de Dios para meditar y dejar impresiones y conclusiones memorables que justificaron sus afirmaciones sobre la vanidad y la aflicción de espíritu en el hombre. En siete oportunidades en el libro de Eclesiastés él hace mención de estas dos características innatas de todo ser humano que no tiene en cuenta a Dios (1:4; 2:11,17, 26; 4:4, 16; 6:9). Pero hay que destacar que la vanidad y la aflicción de espíritu quizá nunca se manifiestan con tanta fuerza como cuando la envidia hace su nido en el corazón.
En un mundo competitivo como el que tenemos en prácticamente todas las áreas laborales de la vida, es muy difícil evitar que en alguna ocasión al mirar por encima del cerco no veamos que el césped está más verde en la casa del vecino. "Yo no soy envidioso - dirá alguno - no tengo esa costumbre." Estimado lector, note lo que dice Salomón; él dice que la envidia simplemente está dormida y que sólo hace falta la oportunidad que se adecue a las inclinaciones de tu corazón para que comiences a envidiar a tu prójimo. Jesús ya hizo el ecocardiograma en el hombre: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez." (Mr. 7:21-22). Observa y entiende que la envidia es sólo uno de las tantas enfermedades del corazón.
Lo sufre el político y lo sufre el médico; lo sufre el panadero y lo sufre el docente. Lo sufre el mecánico y lo sufre la ama de casa; el estudiante y el taxista; el sano y el enfermo; el deportista y el empleado bancario. Todos lo sufren contra su prójimo. Está en la naturaleza humana y es constante.
Lo que pocos entienden es la razón que intensifica la envidia por el bien, la dicha o el privilegio ajeno; esto es, la falta de satisfacción con la vida que lleva al hombre a concluir que lo del prójimo siempre es mejor que lo que él posee. ¡Qué verdad declara la palabra de Dios! "Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?" (Pr. 27:4). Por eso, si quieres tener victoria sobre la envidia no tienes que tratar con los síntomas sino con la enfermedad misma y entonces disfrutarás de gozo y paz. El corazón necesita hallar su descanso en Dios que es el dador soberano de cada ser humano. Cuando Jesucristo es el Salvador del pecador arrepentido el alma confiesa, "la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee." (Lc. 12:15a) y aprende a trabajar "no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre (da)" (Jn. 6:27).
Aprende a contentarte con lo que tienes y esfuérzate por ello y seguramente mermará la vanidad y aflicción de espíritu y hasta quizá le ayudes a tu vecino a embellecer su césped.
¡Dios te bendiga!
-Biblia, mate y oración-
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