jueves, 12 de marzo de 2015

NI MÁS, NI MENOS

"No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno." - Deuteronomio 4:2

    Exageraciones y disminuciones; todos los días vemos algo de esto en nuestra sociedad. Según la conveniencia y las oportunidades somos testigos de ambos extremos que favorecen a algunos y otros no. En la vida cotidiana, mucho de esto llega a ser moneda corriente, no agradable, pero tampoco imposible de sobrellevar. En el mercado, en los impuestos, en el tránsito, en la educación, la política, etc. Hay quienes exageran y hay quienes disminuyen. 
    Dios, sin embargo, tiene balanzas justas y pesas justas; una relación con él se basa sobre su justicia y no sobre la variación de ella, para más o para menos. La revelación de esta justicia se encuentra en su palabra, la Biblia; allí Dios ha comunicado exactamente su voluntad para el hombre, para el pecador perdido, y para el pecador perdonado. No se puede exagerar y no se puede disminuir, aunque esto es lo que muchas veces acontece. 
    El pecador perdido encuentra en la Biblia el mensaje del único camino que puede conducirle a Dios que es la persona de Jesucristo, "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Ti. 2:5). A este camino, él le añade. ¿Cómo? Pues su simple razonamiento es: "Entiendo que Dios es inaccesible y que todos somos pecadores, entiendo que Cristo murió en la cruz... pero seguramente tenemos que esforzarnos como buenas personas para que un día él nos reciba en el cielo." De esta manera, el pecador perdido exagera y disminuye la verdad de Dios, ya que la Escritura dice: "al que a mí viene, no le echo fuera" (Jn. 6:37); y "no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:9).
    También el pecador perdonado añade y disminuye. Su pecado de añadidura es comparable al pecado de los fariseos a quiénes Jesús dijo: "¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?" (Mt. 15:3); entonces, la tradición de ciertos estereotipos eclesiásticos sustituye a la pura y sencilla Palabra de Dios cuando juzgamos la apariencia de cómo concurrimos a la casa de Dios o la manera en que realizamos el culto. "Mira, fulano ha venido al culto sin corbata..." "¿Cómo que el culto de oración lo realizan en los hogares y no en la iglesia?"; "¿No tienen reuniones todos los días de la semana? ¿cómo es posible?" Así, tantas otras cosas aparecen como exageraciones de justicia para agradar a Dios. 
    Y no es menor la disminución de la Palabra de Dios, especialmente cuando el pueblo de Cristo sólo recibe del púlpito lo que al pastor le conviene enseñar y no lo que la iglesia necesita. No hay enseñanza del pecado, ni del arrepentimiento, ni de la santidad, ni del compromiso diario con la piedad. Sólo lo que entretiene a la gente. 
   Periódicamente debemos examinar nuestro equilibrio en el juicio y la obediencia. Y diariamente tenemos que recordar la medida y la pesa justa que Cristo ha dejado como regla inquebrantable e infalible: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt. 24:35).

¡Dios te bendiga!

-Biblia, mate y oración-
© Copyright Ricardo Daglio - 2013

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